La Fiesta de Carnaval
Autor: Hernán González Díaz.
Palo Negro celebra sus fiestas más rumberas todos los 23 febrero y si coinciden con el carnaval ni hablar. Este año es uno de esos y unos buenos amigos me invitaron a una fiesta o digamos más bien un baile. Un baile de esos que se suponen será muy bueno por que es con orquesta y todo. Yo por mi parte, tenía muchos años de no ir. Este baile tenía para mí, un atractivo especial. Iba a ser un baile con las orquestas más viejas del país, la orquestas con que más bailaron mi mamá y mi papá en su juventud; “La Billo`s Caracas Boy , la orquesta más popular de venezuela y Los Melódicos, la orquesta que impone el ritmo en Venezuela, juntos en una misma noche, interpretando sus grandes exitos de ayer hoy y siempre” nada más y nada menos... Disculpen ustedes los menores de 18 años la rimbombancia de la presentación, bien sé, que esos nombres para muchos de ustedes no significa gran cosa. Más para mi, que mis padres no se pelaban un bomche con estas orquestas, que mis primeros pasos de baile fueron al compás de: Para bailar solo se necesita, el repicar de un par de maraquitas, un buen danzón, un guíro, una muchacha, charan cachancan chan, y una buena musiquita. Para mi que mostré mis dotes de gran bailarín en El Club Social Palo Negro, en el que me hicieron rueda mientras Manolo Monterrey cantaba su trabalenguas musical: Y tacararaca taca tica taca racarara y tacararaca taca tica tacaraca ta, para mi ir a este baile era como volver a ser niño, de la mano de mis padres. Como volver a ser adolescente y planificar toda la semana, como bailaría con Doris, un bolero. Aaahh... Doris y yo, cachete con cachete, bailando y escuchando a Elí Méndez cantando: Soñar que te tengo en mis brazos, que te doy mis caricias con toda la fuerza de mi corazón y entonces, robarle un beso, y... soñar. Todo esto y mucho más sería ir al Baile del Siglo. Tenía tantos planes con el baile que la noche anterior no dormí producto de la ansiedad y la nostalgia de los viejos tiempos. Al llegar el día señalado fui al banco y raspe lo que me quedaba en la cuenta y prepare mi mejor pinta. A las 8:00 de la noche ya estaba listo, me senté en el sofá para esperar a los panas. 8:30, me esta dando sueño, y los carrizos no vienen. 8:45, bostezo, me estiro y casi me duermo cuando escucho el cornetazo que anuncia la llegada de mis amigos y nos fuimos al baile. Llegamos eso estaba full. En la puerta nos hicieron un pequeño túnel por donde pudiéramos entrar. Ya dentro del club, el problema era que no había mesas a orillas de la pista (porque al parecer y según las costumbres del venezolano mucha gente hizo cola desde la noche anterior frente al club para obtener lugares privilegiados). Nos toco una mesa en el centro de todas las mesas. Como a las 11:00 La Billo`s empezó a tocar el característico paso dobles con que empieza casi todos sus set, alguien tenía que quedarse a cuidar los bolsos mientras los demás bailan así que lo sorteamos y adivinen quien se quedo... Este que esta aquí... Mientras decía como auto-consuelo _Tranquilo a mí nunca me ha gustado el primer set_. Se fueron y en cada mesa se queda alguien, mirándoles la cara a los otros que también se quedan mientras mueve un pie al ritmo de la música. Yo creo que toda familia que se precie de ser venezolana y tradicionalista debería tener una tía viejita, que no sale a bailar, pero que es curiosa, criticona y buza que disfrutan quedarse en la mesa mientras los demás bailan. Tal y como la teníamos nosotros en mi adolescencia. Eso era algo que yo había olvidado, hasta ahora, que veía las otras mesas llenas de señoras flacas o regordetas empinándose un Wisky seco, mientras los ojos le brillan, al mirar como las manos de algún bailarín se deslizan hacia las nalgas de una bailarina que no es su sobrina. A pasado medio set alguno de mis amigos más por cansancio que por solidaridad viene a la mesa destilando sudor, se sientan y me uno me dice. _Panita si quieres ve a bailar que yo me quedo a descansar_. Al momento salto de la silla y le digo a su parejea: _ Quiere bailar_ y muy embarazosamente me contesta: _Hay estoy cansada, bailamos ahora, saca alguna muchacha de otra mesa_. Al salir de la decepción lanzo una mirada al resto de las mesas, sólo para encontrarme cientos de miradas licenciosas de tías libidinosas que me miran por sobre sus anteojos, mientras me sonríen con un solo diente, tratando de simpatizarme, de conquistarme para que las saque a bailar. Trato en lo posible de no encontrar sus miradas con las mías, resignado me voy a sentar nuevamente cuando escucho una voz desconocida y seductora a mis espaldas, diciéndome. _Si quieres bailamos_ Mi rostro se ilumino y sin perder tiempo respondí que si al tiempo que me paraba para ver a mi salvadora. Pues no era más que una de las tantas tías cuidadoras de mesas que me atrapo desprevenido. Mis amigos me veían como un buen hombre dispuesto a alégrale la noche a una indefensa tía, yo me sentía como el perfecto idiota, y mi nueva compañera de baila me veía como la mesa servida por Ángel Lozano o Sumito Estévez. La dulce tía me zarandeo, me vapuleo, me piso, me pellizco las nalgas, y para colmo me apretó cachete con cachete cuando Eli Méndez canto: Soñar que te tengo en mis brazos, que te doy mis caricias con toda la fuerza de mi corazón…., y antes de que yo pudiera reaccionar me estampo un beso, un beso como una especie de ventosas babosas, en un beso tan horrible como debe ser, pasarle la lengua por el lomo a un sapo. Yo trataba de escaparme de aquel ósculo que me propinaban ante la mirada de asombro del resto de los bailantes y la mirada lujuriosa del resto de las tías que estaban en las mesas y que de seguro pensaban “después de ella me toca a mí ese muchacho”. En eso las trompetas de la orquesta sonaron fuertemente para dar paso a la otra pieza musical y fue cuando caí al suelo desde el sofá de mi casa. No era más que una pesadilla, pero las trompetas aun se escuchaban. Yo estaba desorientado, entre haberme caído, el susto de la pesadilla, un mal sabor en la boca y saberme despierto escuchando aun las trompetas de la orquesta. Hasta que note que las trompetas no eran más que la corneta del carro de mis amigos quienes la tocaban y gritaban desde hacía rato para ir al baile, baje rápidamente y al montarme en el carro, cerrar la puerta quedando apretujado, voltee a ver con quien quedaba hombro a hombro y me encontré con la misma viejita de mi pesadilla, la misma de mirada lujuriosa, con un solo diente y mirándome por encima de sus lentes, humedeciéndose los labios arrugados con una lengua grande, gruesa y evidentemente áspera, quien al parecer nos acompañaría para cuidar la mesa, pero ella me vio con una mirada tan, tan, pero tan, sádica, que le dije a mis amigos: _Lo siento muchachos pero yo no voy, tengo nauseas_. Baje y a toda carrera me marche a mi apartamento.
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